LA CINEFILIA DESDE EL LENTE FEMENINO POR: LEIDY JOHANA DÍAZ
POR: LEIDY JOHANA DÍAZ
El último ciclo que realicé como cine clubista, después de alrededor de cuatro años en el oficio, lo dediqué al cine del director brasilero Glauber Rocha y al Cinema Novo, recuerdo que las proyecciones de sus películas las hicimos en la calle y en medio de un plantón social que realizábamos en el barrio porque nos habían cerrado la biblioteca, que era el espacio donde usualmente proyectábamos. Fue mi peor ciclo, casi nadie gustó del director y obtuve muchas críticas sobre mi propuesta cineclubística, quería acabar con todos los paradigmas tradicionales, no era claro por qué pero era mi sentimiento de la época. Después de ese ciclo, me fui para siempre de ese cineclub y no volví nunca, no quise volver, no me sentí correspondida.
Años después entendí por qué partí con el corazón roto, por qué ese fue mi último cine club y por qué había escogido a Glauber Rocha como último exponente de mi pensamiento emergente. Glauber Rocha fue un rebelde y un inconforme, estuvo siempre comprometido con la realización de un cine latinoamericano y para ello creía que era necesario reinventar toda la estética del cine. El cine de afuera, el norteamericano o el europeo no nos representaba, pensaba Rocha, para hacer un cine latinoamericano tenían que captarse las realidades latinas: el hambre, la pobreza, la desigualdad social, la violencia, el abuso de poder y la resistencia de los pueblos. Glauber Rocha era un hombre que encarnaba totalmente un grito de libertad en medio de los sistemas acomodados del gran cine hollywoodense y de la cinefilia. Glauber era otra voz, era otra sensibilidad, era el nacimiento de un lente, afinado, sensible, visceral y femenino.
Por eso, creo que me sentí representada por él y con el Cinema Novo, con sus sentires, sus preocupaciones y su revolución. De ahí mi ruptura con todo, la necesidad de iniciar de cero, de conquistar mis propios caminos cinéfilos, por supuesto, en el cineclub en el que me encontraba era muy difícil de lograrlo, aunque aprendí mucho de mis años como cine clubista, también me quedaron marcas dolorosas de mi paso por ese escenario: ¿era necesario tanto dogmatismo frente al cine? ¿Tanto purismo exacerbado frente a lo qué era cine, buen cine y lo que no? ¿La visualización exclusiva de ciclos por autores? ¿El gusto y la tendencia de la proyección de películas de western y cine negro? ¿La voz dominante de hombres que daban cátedra sobre Bazin, Hitchcock, Ford, etc.? Pasé años sentada en una cafetería fría del sur de la ciudad escuchando cómo los integrantes masculinos del cine club hablaban de actores, directores, Hollywood, escenas detalladas, argumentos, premisas de películas, mientras las pocas mujeres integrantes del grupo estábamos en silencio escuchando lo que ellos nos ilustraban. Mi postura fue la de preguntar cuáles eran las mujeres cineastas que podíamos explorar, cuáles eran las voces femeninas representativas en el cine, qué planteaba el cine realizado por directoras y cuál era la apuesta frente a sus temáticas, de tanta insistencia, encontré a la directora Agnès Varda, esta documentalista, a medio camino entre la ficción y la crónica audiovisual fue la respuesta más cercana a las preguntas que me estaba planteando en la cinefilia, también fue una de las pocas mujeres que proyectamos en ese cine club, ciclo moderado por mí, los hombres no gustaban mucho de presentar cine hecho por mujeres. También recuerdo haber visto a Isabel Coixet y a Lucrecia Martel. En fin, muy pocas las voces de las mujeres en un universo cinematográfico predominantemente masculino.
Necesitaba un cambio y una ruptura de dogmas, la conquista de nuevas luchas; que Glauber y Agnès hubieran sido profundamente sensibles, cultos y apasionados, comprometidos con los otros, a través de su propio lente, que al narrarse ellos, estuvieran narrando a los otros, como lo menciona Varda en su película Las playas de Agnès, “al mirarme yo, lo que me interesa son los demás”, encontré un nuevo camino, una epifanía, otra manera de relacionarme con el cine y la realidad, un cine que lee la vida, un cine de frente a la cotidianidad, un cine comprometido con los más desamparados, un cine a medio camino entre la ficción y la realidad, un cine que responde al mundo con sentido social y coherencia.
Por eso, tengo que pronunciarme contra la cinefilia: la cinefilia machista, testosterónica, reprimida, represora, vieja, violenta, rigurosa, brillante, fanática, melancólica y triste, esa misma que critica el libro “Contra la cinefilia” de Vicente Monroy, reseñado por Diego Batlle en https://www.otroscines.com/nota?idnota=15957 porque quiero creer y soñar que el nuevo cine, los nuevos cinéfilos, los que aman el séptimo arte y no pueden dejar que sus vidas pasen sin verse películas buenas, malas o están allí en la exploración del gusto por la mirada son cada vez más generosos, inclusivos, pacíficos, eclécticos y abiertos, que tienen lugar para todos: mujeres, niños, cinéfilos, no cinéfilos, hombres, en conclusión, son seres humanos que transitan el caos, la desmesura y los problemas bizarros de este territorio que habitamos sin resentimientos ni dogmas. Quiero creer que los cinéfilos somos amorosos y podemos compartir el gusto por la mirada y por el cine con paciencia, didactismo, equidad y sororidad. Esa es mi nueva batalla.
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