APRENDIENDO A RODAR
Carolina Beltán, directora del documental Los hilos de la memoria, aceptó nuestra invitación para relatarnos su experiencia como realizadora.
El Dani es todo un personaje, nos amistamos tomando pola una tarde, o quizá de noche, le aprecio y agradezco su compañía, las caminatas, los cafés y el reto de relatar mi experiencia aquí sobre ser, mujer, provinciana, pastusa, mientras me construyo en la realización audiovisual. Ciertamente, no lo haré con precisión.
Al cine llegué a través de la literatura, mi madre me enseñó a leer de guagua y mi padre me introdujo estratégicamente a la filosofía. No le salí abogada –tal cual quería-, sino que resulté estudiando cine. Vi en sus ojos truncada una supuesta proyección de futuro, que transformó a mi familia, contexto y nuestras maneras de ver el mundo.
No es igual desenvolverse en un tejido social urbano, acostumbrado a profesiones citadinas, a uno que, apenas es primera generación en la ciudad, cuyo tejido social continúa estando en lo rural, dedicándose a oficios rurales. Si bien mi madre y padre se lucharon la posibilidad de estudiar, mis abueles no, ni contemplaron hacerlo. Decidir estudiar cine era extraño, por demás ingrato, no era un oficio que fuese visto de manera profesional en mí entorno, ni para el cual se estudiara una carrera, además, parecía no ser difícil, útil o ¨servir¨ para algo, por tanto, no era una profesión de la cual enorgullecerse de tener en la familia: un ¨la platica se perdió con esta niña¨, una respuesta incómoda a la pregunta ¿qué estudias? ¿qué estudia tu hija? de tu círculo cercano, porque necesita una justificación íntima, social, cultural, antropológica y económica –así pues, menos mal mi padre es fan de Star Wars-.
En Colombia el arte y la cultura son marginadas, la historia de las ciudades principales y su movimiento, hace que quizás en ellas se tenga más probabilidades de sobrevivir, en una urbanidad modesta, de pan de piso, envueltos, hervidos y cuy, las expresiones artísticas abundan, pero suelen ser simplificadas al carnaval de Negros y blancos, sobremanera, como algo de medio tiempo, algo que corresponde a ¨ratos libres¨ entre las múltiples ocupaciones de los habitantes. La mayor parte de mi generación se dedicó al derecho, la medicina, alguna ingenería o arquitectura. Más de tres universidades en Nariño ofertan derecho, ninguna cine (como en muchas otras regiones del país). Se gradúan aproximadamente 14.000 abogados al año a nivel nacional, ingenieros, economistas o contables tienen un promedio de 4.000 graduados al año, el cine no llega ni a bala a la mitad de esa cifra en profesionales al año; para mí promoción, el diseño gráfico ya era considerado algo ¨alternativo¨, se imaginarán el cine.
Cuando me gradué de once, no tenía idea de que existía un equipo de trabajo detrás de las películas, menos sabía de las diferencias entre sus múltiples cargos y los niveles de especialización en ellos, y aunque mis intereses giraban alrededor de las humanidades –no menos cuestionadas-, no tenía una visión clara de mi porvenir y sentía mucha presión.
En 2012, con una personalidad observadora, apasionada, intuitiva y curiosa, más todo el susto prefabricado por ser pastusa -cosa que no tuvo mayor relevancia-, una joven Carolina de 16 años viaja a Bogotá por primera vez para quedarse a vivir. Madruga todos los días a las 3:30 a.m. para llegar a clase de 6 a.m. en la FAMARENA de la U Distrital. Vive un poderoso semestre de ingeniería ambiental; conoce personas increíbles, despierta en torno a problemáticas medio ambientales, de investigación y política ¡Se transforma en una esponja! y claro, observa por primera vez cine independiente gracias al profesor Jairo Estupiñan Rodríguez, quien dicta la cátedra Francisco José de Caldas.
Luego de este incidente, de ensayos en torno a películas para clase, no volví a ver cine, ni el mundo, de la misma forma. Fue un antes y un después, en seis meses aprendí que hay probabilidades de vivir de formas distintas, que estamos hechos de historias y narrarlas mediante el cine es loable. La complejidad de armonizar múltiples variables, entretejer una vivencia, tener en cuenta los detalles, aquellas cosas necesarias para que tenga vida propia, es apasionante, provocador, revelador, transformador y me enamoró.
Un año después, sin saber nada de nada, ni haber cogido una cámara jamás en mi vida, estaba comparando varios pensum de programas de cine y televisión, preguntando por referencias, cuestionándome, planteándome al menos tres ideas de proyecto para trabajo de grado. Así, recibí apoyo para cambiarme de carrera –al parecer nadie en casa me veía como ingeniera-, sin embargo, el paso a cine fue un cambio de paradigma mental y necesité un par de meses para argumentarlo. Ninguna decisión en ese proceso fue gratuita, mi familia tiene un papel protagónico debido a que es gracias a su confianza, años de esfuerzo invertidos en mí y patrocinio, que finalmente pude estudiar. También precisamente por eso, les dediqué con todo el amor mi trabajo de grado.
En ese orden de ideas, casi llego al último ítem de las preguntas del Dani: no puedo decir que no he recibido ningún comentario atravesado por ser pastusa a partir de Cauca hacía el norte, aunque ninguno ha sido determinante en mi experiencia personal. Más allá de eso, al conocer nariñenses en otras partes de Colombia, he sentido una necesidad de vernos validadas, como si cualquiera de nosotras pudiésemos hacer quedar mal a toda la región, como si tuviésemos una carga más sobre los hombros, y, por otro lado, frecuentemente, las personas que se enteran de que soy pastusa, me explican que no piensan que los pastusos seamos idiotas, que conocen un par que son muy pilos, ocupan puestos buenos, beben mucho y les parece muy mal que la gente diga eso. Es anecdótico, por supuesto, estoy segura que más de uno terminamos hablando de historia debido a la resistencia de la gente del sur occidente (porque para quien no lo sepa, este estigma se origina de la imposición de una república clasista, racista y misógina, donde la independencia de Colombia es una independencia criolla y materializada solo en papel). Conversaciones que pienso, es beneficioso que se sigan dando.
Por último, viviendo en una provincia de un país profundamente machista, naturalmente renegué de ser mujer muchas veces sin motivos aparentes o satisfactorios, hasta encontrar el feminismo. Pensándome débil o con defectos de fábrica por cumplir o no cumplir con una expectativa, cuando ni ser mujer, ni menstruar, ni mis hormonas, ni mi sensibilidad ante decisiones particulares, han sido una debilidad, ni tener ideas claras acerca de ciertas cosas me masculinizan, sino que todo ello hace parte de un espectro humano. En ese sentido, me hicieron falta referentes que acompañaran mis inquietudes, sin dejar de nombrar a aquellas que sí tuve cerca y me inspiraron, como la bibliotecaria y enfermera María Eugenia Cuadros, la poeta nariñense Piedad Figueroa, entre otras docentes y personajes literarios.
El feminismo me dio igual mucho tiempo, mi madre es una mujer fuerte, con mucho carácter, para ella ser feminista era consentir una posición de víctima frente a sí misma, frente a la vida, y no estaba dispuesta a asumirse así. Yo aprendí eso, lo veía con reserva, exagerado, casi me consideraba antifeminista, y a raíz de la investigación junto a mi abuela para mi trabajo de grado, tuve que desaprenderlo. Los hechos eran claros, dolorosos, invisibles y concluí que, para hacerles frente, a mí no me funcionaba la misma fórmula de apartarme y dejar de darles la cara, minimizándolos. Sí hay algo que no me parece útil, es negar los hechos porque nos gustaría que fuesen diferentes, entonces, me descubrí levantando una bandera feminista, con mucho dolor, porque duele tener algo tan cerca y nunca haberlo notado o prestado atención, sea por ausencia o negligencia. La transformación requiere dedicarle tiempo, cuidado e importancia, es un compromiso de ciudadanía apropiarnos de los procesos y espacios, donde seamos capaces de plasmarnos clara y efectivamente, de dirigir un equipo en cualquier campo, donde lo que hacemos este atravesado conscientemente por aquello que somos, que experimentamos.
Aunque no me he sentido con más o menos valía como persona, capacidad o inteligencia por ser pastusa o mujer, y no me ha dado miedo ni resquemor reconocerme ignorante ante la existencia -especialmente después de tomar remedio con taita Querubín Queta- sí he estado ante situaciones de violencia basada en género en ámbitos de pareja, amistades, familiares, laborales, transporte público o zonas públicas, academia o espacios de ocio, y hay muchas barreras mentales, emocionales, sociales y estéticas que necesitamos romper desde nuestra individualidad, para darle vida a un estilo, que como mujeres estará cruzado de manera transversal con nuestro habitar en el mundo desde un cuerpo femenino, y cuya dificultad más grande es la resistencia por parte de nuestro propio contexto. Lo mejor que me ha pasado en los últimos años es asumirlo, trabajar y tejer redes de trabajo colaborativo… hasta que ¡América latina sea toda feminista!
Todo ello son procesos personales que de una u otra manera estarán presentes al momento de tomar decisiones para la construcción de un relato, por eso me parece tan necesaria la meditación continua, el conocerse mucho, escucharse, saber relacionarse, soltar, cuidar o criar una idea. Escribir para la imagen, además de para el papel, ha sido difícil para mí y me gusta. Sigo aprendiendo a compartir, a rodar en set y en la vida.
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