Carnival of souls, una película con un terror diferente

Por: Viviana Rodríguez
@vivirodriguezl7321


Tenemos a una organista que puede conmover nuestras almas 

Carnival of souls (1962)




 Después de la muerte, el tiempo no existe. Pasado y presente son solo uno. Todo se queda atrapado ahí, en el limbo, al que muchas veces llamamos vida. El cine de terror independiente cobra su valor, no solo por el hecho de involucrar el libre albedrío cinematográfico en sus productos, sino porque el terror va más allá de lo que superficialmente puede afectarnos: el terror de descubrirnos humanos. Carnival of souls, película dirigida en el año de 1962 por el director estadounidense Herk Harvey, nos adentra en ese descubrimiento, nos invita a bailar con las almas que son el reflejo de nosotros mismos. 

 Más allá de considerar este filme bajo la categoría de terror, debido a la atmósfera espectral que presenta desde el principio y a las figuras fantasmagóricas propias del género, además de que el tema de la muerte atraviesa toda la narrativa, esta película converge en algo más que solo un conjunto semiótico de un montaje de terror. Para desarrollar más esta hipótesis lanzada al aire como una opinión más, comenzaré hablando sobre el momento metafórico en el que Mary, la protagonista, sobrevive a un accidente de tránsito en el que su carro cae al mar. La vida de esta confluye en completa normalidad después del traumático suceso; sin embargo, son los efectos de sonido y el contexto solitario los que nos llevan poco a poco a sospechar que algo inusual está sucediendo con ella. La manera como esta historia es contada nos hace, como espectadores, atravesar la cuarta pared y caminar junto a la protagonista hasta el momento que junto a ella develamos su verdad. A medida que transitamos sus pasos, vamos delatando su personalidad, sin necesidad de conocer su pasado. Nos damos cuenta que Mary es una mujer solitaria a quien su estado no parece incomodarle, está conforme con su propia compañía y rechaza con fervor a quien quiera suplantarla. Este comportamiento puede tomarse como sinónimo de ese desarraigo civilizado, característica del individuo moderno que es incapaz de sobrellevar el mundo en el que subsiste. En su angustia individual, casi insospechada, es incapaz de asir su realidad, y esto lo vemos evidenciado cuando su vida confluye con la misma naturalidad que, incluso a nosotros, llega a engañarnos. Sin embargo, cuando el filme comienza a adquirir esos tintes de horror, en los cuales Mary se invisibiliza y comenzamos a sentir esos síntomas que nos hace sospechar lo que tememos, percibimos, junto a ella, que nos encontramos en los espejismos de su memoria, aquella que doblega su identidad, mengua el tamaño de su ego y, por ende, de las múltiples idealizaciones concebidas en su materialidad, pues ahora es esta nueva revelación la que la lleva a enfrentarse con su realidad. 

 Ahora, ¿se hace más clara la connotación que en esta opinión personal se le da al término de terror? Claramente esta película no coincide con aquellas otras que integran en sí mismas el terror como ese ente demoníaco que se apropia y destruye la vida de sus personajes. El tipo de terror que se enmascara aquí es el temor que da encontrarnos con nosotros mismos, pues es el viaje hacia su propio reconocimiento, hacia su propia verdad, lo que realmente aterroriza a Mary y a nosotros como espectadores. Gracias a los personajes que sutilmente ayudan a la protagonista a guiarla hacia su verdadero estado, es que nos percatamos que toda la trama es en sí misma una especie de limbo en el que nosotros también nos encontramos. Mary se halla en un purgatorio del que aún no es consciente, y es el carnaval de almas que la rodean, esas figuras fantasmagóricas, que a la larga son proyecciones de sus alucinaciones, el que la lleva a descubrir su realidad. Sin embargo, el autoreconocimiento puede ser la parte más insensible de la vida del hombre que cree conocerse. La cara ambigua que nos envuelve solo reluce en los profundos recovecos de la soledad cuando cruelmente nos descubrimos siendo humanos. Lo que sobra de tiempo es la máscara que, con insoluble perversidad, nos colocamos para no ser llamados locos por los otros.

 No somos un milagro, somos una consecuencia. Somos un autodescubrimiento y, en virtud de ello, estamos infectados del germen de la humanidad. El espacio no nos modifica, el espacio nos destapa el disfraz que ni nosotros sabíamos que usábamos. La llegada de Mary a la ciudad se convierte en otra visión, nos da la óptica de la locura como el estado supremo de la razón. Se nos provisiona de una realidad artificiosa que, al mismo tiempo, no es imposible. Y es ahí cuando se nos revela que la utopía no es finalmente escapar de ese espacio, es escapar de nosotros mismos. De cierta forma, sabemos que hay algo dentro de cada quien que hace desconocernos por lapsos de tiempo. Nos asustamos cuando en un atisbo irresponsable se comienza a asomar la otra cara, y preguntamos quién podría ser ese monstruo que se esconde al otro lado, que tiene los mismos gestos que yo, pero que no soy yo, ¿o sí? 




 Reitero, el espectador deja de ser uno pasivo para convertirse en parte de la historia. De esta forma, Herk Harvey se transforma en un estratega narrativo, ubicando en unos planos tan simbólicos, propios del cine independiente, la revelación de lo que realmente es, dividiendo el filme en varias partes que denotan, en gran medida, el uso desbordado del libre albedrío que se nos fue dado. Y es así como el ser humano comienza a amar su flagelo como sinónimo de libertad, en este caso, la muerte como sinónimo de liberación. Empero, cuando descubrimos que podemos tocar el paraíso, nos damos cuenta que el pecado de no reconocernos nos ha sido otorgado como un favor divino, y comenzamos a sacralizar ese monstruo que se nos asoma cuando en un espejo nos miramos. Su contemplación comienza y ya no nos asusta, porque nos acercamos poco a poco a él, hasta llegar a tocar su cara, que en un intervalo de conciencia descubrimos que estamos tocando nuestro propio rostro, ajenos a las dadivas que el mundo le ofrece, porque sabe que nada nos pertenece. 



 Finalmente, la vida es un juego iluso, un carnaval de almas con las que aceptamos bailar, con las que admitimos estar con nosotros mismos, así como con las alucinaciones en nuestro cerebro. Es ahí, en ese baile final, cuando defendemos la dualidad, la hibridación como esencia humana, como un baile con la muerte, aun estando inconscientemente vivos.

 1Cabe resaltar aquí que, siendo una película realizada con poco presupuesto, es esto precisamente lo que mengua las expectativas como espectadores y nos lleva a concentrarnos en los detalles realmente relevantes que nos hace descubrir la verdad. 
2No olvidemos que el espejo en el cine ha siso usado como instrumento primordial para desarrollar correctamente la idea del otro Yo. Este nos devela lo que no somos capaces de ver: nuestra dualidad. Para sustentar más esta idea, recomiendo la película A través del espejo, dirigida por Ingmar Bergman en el años 1961. 

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