LUCRECIA MARTEL, LO QUE NO SE DICE.
Por: Leidy Johana Díaz Ramos
Una mujer conduce un carro y en la carretera atropella a alguien, se detiene un momento pero no desciende, decide arrancar y dejar atrás a la víctima. No sabemos a qué o a quién ha atropellado y si ha muerto. Sentimos vacío, angustia y frustración. Ese es el inicio de “La mujer sin cabeza”, película realizada por la directora argentina Lucrecia Martel.
Luego, acompañamos a esa mujer rubia en sucesos cotidianos que no hacen ninguna referencia al accidente, como si nunca hubiera ocurrido. La película transcurre así hasta el final, momento en que cierra con una imagen borrosa de los personajes. Una muestra de que en la pantalla, como en la realidad, se ha instaurado la banalidad del mal.
En algún momento durante la película la mujer menciona que ha matado a una persona en la carretera, su esposo y su primo investigan, le dicen que ha sido un perro, que no hay nada de qué preocuparse, pero aparece en el canal del río un niño muerto. Las evidencias de los sucesos se borran, no hay registro en el hotel en el que se quedó esa noche, no hay reportes de tránsito. Todo ha desaparecido. Ella tiñe su cabello de rubio a negro, la vida sigue igual para esa mujer, matar es tan fácil como teñirse el cabello.
Este es el universo cinematográfico de Lucrecia Martel, la podredumbre de la sociedad, los privilegios de las clases altas, la descomposición familiar, las deformidades, etc. Desde “La ciénaga”, ópera prima de Lucrecia Martel hasta “La mujer sin cabeza”, se consolidan los temas de su cinematografía. La ciénaga es ese gran pantano social o gran masa de agua estancada y poco profunda que está llena de lodazal y mugre, allí habitamos los seres humanos. Lucrecia Martel tiene un oído siempre agudo, una capacidad de poner en pantalla lo que nos rodea desde el sonido, y lo hace a través de la exploración del mundo interior salteño, en una especie de enrarecimiento visible, no hay una línea argumental clásica. Su cine se caracteriza por tramas, narrativas elípticas con bifurcaciones y rodeos constantes que dan la impresión de que el relato a ratos se estanca. Es un cine elusivo, cargado de elipsis, lo más importante parece estar en lo que no se dice, en el relato oculto. Al final logra mostrar la desintegración moral desde la desintegración de la trama narrativa, para que así los espectadores compartan esta experiencia, este desconcierto frente a la realidad. Una apuesta única, un cine pantanoso.
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