Pariente, una historia de desamor con final abierto.
Franck Pabón
Historiador y crítico de cine
Cátedra Cinemateca
Era la primera vez, después de muchos y fallidos intentos, que ella accedía, no sé si con total convencimiento - y como en casi todo, negándose en principio - a ver una película en mi casa. Tenía varías películas para su elección, tímidamente y podría decir que con cierto temor, eligió Pariente, ópera prima del santandereano Iván Gaona. Su elección fue bajo dos criterios que describió brevemente: “Que fuera en español y que tuviera un final feliz”. La última opción lamentablemente, para ella no se cumplió.
Atendiendo a sus requerimientos, o por lo menos a uno de ellos, hice rápidamente una selección. Entre otras opciones dispuse cine latinoamericano, español y colombiano. Nombres como La Pasión de Gabriel, El abrazo de la serpiente, La sombra del caminante, El Páramo, Retratos de un mar de mentiras y La primera noche. También películas argentinas como El ángel, Diarios de Motocicleta y la Historia Oficial; brasileras como Estómago o Ciudad de Dios; una peruana y otra uruguaya, Tinta Roja y En la Puta Vida. Para ella fue una difícil decisión, tomó en sus manos Todo sobre mi madre, creo que le llamo la atención la colorida carátula, una ilustración en la que se exageran algunos rasgos de una mujer en la que se ve una actitud reflexiva, con las manos cruzadas bordeando sus pechos y una mirada perdida; o quizá la importancia de del vínculo materno para ella. Habría estado conforme con esa elección, pero realmente no conocía ninguna de las películas; para ella, todas eran una revelación. Rápidamente para ocultar su ignorancia, sin pensarlo más, estiro su mano y al azar saco del montón el “western colombiano” que se desarrolla en los paisajes del montañoso sur santandereano, en Guepsa, pueblo natal del director.
Aunque es su ópera prima en el formato del largometraje, esta hace parte de una búsqueda estética que Iván Gaona ha realizado a lo largo de su corta pero productiva trayectoria. Influido por el Spaghetti Western de directores como Sergio Leone, Howard Hawks y John Ford, -cinematografía que lo fascinó desde niño por el fanático gusto de su padre. Este joven director quiso narrar con una implacable fotografía un país que para él “merece ser contado y discutido”. Todos estos datos para ella eran irrelevantes. Sin embargo, disimulaba su poco interés tomando su cabello suavemente por uno de sus costados, intentando seguir mi soliloquio.
Estaba seguro de que le iba a gustar, sin embargo, a veces dudaba de ello, aún no podía desprenderme completamente del “mito del espectador”, aquél que menciona Hugo Chaparro para señalar que el cine se ha incorporado en la cotidianidad de nuestros contemporáneos, las imágenes en movimiento han permitido a los espectadores, soñar, obtener respuestas, generar inquietudes, tener ideas y pensar. El cine colombiano no obstante, y cine que no hace parte de los circuitos comerciales, pasa completamente inadvertido por quienes visitan las salas de cine y se repiten una y otra vez las películas que ofrece la televisión por cable y las plataformas de diverso contenido audiovisual. Aunque no se puede negar que ahora hay más acceso y contenido diverso en la web.
El interés que podría generar en un espectador común una película que refleja la vida en un pueblo que no supera los 5000 mil habitantes, que desarrolla una trama que se va desarrollando y vemos a través de las aventuras de Willington y su camión que dispone para cualquier vuelta sin tomar en consideración si su origen es lícito o no, era algo que me inquietaba. Nuevamente me sorprendía gratamente al ver que ella escasamente parpadeaba, desde el primer plano de un cassette en movimiento que reproducía de fondo la canción “La circunstancia”, de Edson Velandia, creador de la virtuosa banda sonora. Esta canción marcaría en adelante una siempre inesperada ruptura, de una relación que para ese momento aún no comenzaba. “Aunque me lastime la circuntancia, si te vas, te vas… si te vas, te vas…”, decía la canción.
Como inicié contándoles, era la primera vez que accedía a la invitación de ver una película a mi casa, se encontraba de novia y a su parecer no era bien visto que aceptara mi propuesta. Esta coincidencia hacía de su elección la mejor dedicatoria para lo que sentía al vivir en ese momento. Willington, el personaje principal de esta historia, vive un amor imposible al que solo puede acompañar con su música, a pesar del evidente sentimiento mutuo con Mariana, quien alista matrimonio con su primo René. Situación que se desenvuelve en medio de la cuestionada Ley de Justicia y Paz y su consecuente desmovilización paramilitar. Este relato de desamor sirve a Gaona para poner en cuestión una realidad que no desapareció del todo y que por lo menos en la realidad no ha muerto en las dinámicas conflictivas de la nación colombiana: “Hacer justicia por mano propia”.
Trabajamos juntos, ella como administradora de un bar y yo el encargado de la música. Desempleado por años, me dispuse a utilizar mi gusto por la música, pasión a la que dedico gran parte del tiempo de mis días. Hacía solo una semana que lo había tomado en arriendo con opción de compra, La Gata Ciega, se llamaba el lugar, era de pequeñas dimensiones, acogedor, con una gran barra apetecida por la mayoría de los clientes, donde acompañados de una cerveza, se escuchaba la buena combinación de la salsa clásica y el rock, mis géneros favoritos. Como Willington también DJ, en ese momento solo podía acompañarla con la música, aunque quisiera acompañarla de todas las formas.
Mostrarle esta película era también una oportunidad de discutir con ella sobre la sensación de injusticia frente a los continuos robos. En conversaciones informales a veces solía mostrarse de acuerdo con el linchamiento de personas cuando los demás ciudadanos toman la potestad de castigar a ladrón por su arrojo, agrediendo inclementemente a quienes atrapan en flagrancia. “Bien hecho” - decía -, “para que no anden robando a la gente”. Todavía no puedo convencerla de lo contrario. A medida que pasaban los minutos, yo intentaba acercarme un poco más, estábamos tendidos uno en cada lado de la cama, ella evitaba el mínimo roce, aunque cada vez estaba más concentrada en la pantalla, atrapada por la estética naturalista, de primeros planos y planos detalle de vaqueros y forajidos, que chocaban en el montaje con imponentes planos generales de las montañas de Santander que enmarcan el rio Suarez y Chicamocha.
El género western recurriendo a las virtudes del actor natural, también se inspira en la cultura de Guepsa, pues fue al primer cine al que tuvieron acceso en este municipio, fue el western mexicano, cine del galán de pueblo, de las riñas y los desamores. Pero sobre todo, de la ranchera, música popular del país del norte. Para el director, el género toma importancia por el impacto que este tipo de películas tuvieron en la región. Una escena que destaco y en la que coincidimos en el gusto con ella, por el diálogo y ese primer plano en el que Willington, al volante, habla sobre la influencia de la música en las conductas de los hombres del pueblo, con “El completo” y Don Heriberto. El viaje en la cabina del camión se acompaña por la canción Bye Bye, se escucha en el radio: Ahora no respondes el teléfono… después que me dijiste llamame…
Mientras tanto el Completo pregunta:
¿Y esa música qué?
Me la regalo Alfonso – contesta Willington .
Esta como bonita… está bacana. A uno de niño le ponían a escuchar ranchera, corridos, norteña. Uno escuchando esa música, se pierde de cosas bonitas, como esta – complementa Don Heriberto.
Esa música le gusta a mi mamá, pero mi papá siempre le apagaba el radio - responde Completo.
Me pongo a pensar - añade Heriberto - ¿De qué habla la música ranchera y la música norteña?
Pues de viejas - interrumpe el del medio.
Pero en sí ¿de qué? – continua Heriberto.
De traición – interviene el conductor.
Exacto – acuerda con su interlocutor – de traición. De manes que los han traicionado, que se dedican a tomar trago, para olvidar, hablan de rencor y toda esa vaina.
Pero es que la romántica también habla de traición -refuta Willigton.
Pero es muy diferente – responde Heriberto –. Mientras los que cantan música ranchera están resignados, los que cantan música romántica, están arrodillados pidiendo que los perdonen. Y continúa – Si nosotros hubiéramos escuchado otra música, seriamos diferentes, más decentes…
Más maricas si al caso – socarronamente responde El completo en medio de risas.
¿Se acuerda el man, en el video bar de Fabiola, le quitó la cabeza al otro por tirarse un pedo frente al él? o
Pues mi pariente – interviene el mandadero.
Eso, su pariente – y preguntaba de nuevo - ¿Y el otro en Carichal que encontró la mujer con un man y les dio machete hasta que los acabó? Esa gente escuchaba música ranchera por eso terminaron dandosen en la g jeta. ¿Si a nosotros desde chiquitos? Seríamos diferentes.
Luego de un corto silencio, Willington concluye: “Yo creo que no… seríamos los mismos, pero escuchando otra música”.
Este diálogo expresa a mi consideración, metafóricamente la influencia del western, de la ranchera y la prevalencia de la banda sonora en la película. A ella la cuestiono, porque su gusto musical es de preferencia por la ranchera y la denominada música popular, por eso necesito mi compañía con mi música, en aquel bar, donde también iniciaba una historia, con un final abierto, como los que tanto le molestaban al momento de elegir. Las próxima película que vimos fue una comedia romántica, Una esposa de Mentiras, del reconocido actor Adam Sandler, a la que accedí, no sin algunas reservas.
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